Las épocas de mayor esplendor de nuestra vida son aquellas en las cuales reunimos el valor suficiente para declarar que lo malo que hay en nosotros es lo mejor de nosotros mismos. - Friedrich W. Nietzsche.

jueves, 12 de diciembre de 2013

A coffee break with Platón

Sujetaba Platón la última edición del libro "Selección de artículos de Larra" en sus manos mientras su barba blanca acariciaba los límites de la primera hoja. El viejo filósofo leía sentado en una de las terrazas de la Plaza Mayor de Madrid, cuando de repente frunció el ceño y alejo el libro de sí. Volvió a leer y releer el artículo que le estaba causando tanto estupor. "La nochebuena de 1836". Y leía Platón esa parte en la que el criado de don Mariano le acusa de criminal y pasea su propia felicidad, esa felicidad ignorante e indiferente a las cuestiones del mundo, delante de las narices de su amo.

"Tú buscas la felicidad en el corazón humano, y para eso le destrozas, hozando en él, como quien remueve la tierra en busca de un tesoro. Yo nada busco, y el desengaño no me espera a la vuelta de la esperanza. Tú eres literato y escritor, y ¡qué tormentos no te hace pasar tu amor propio, ajado diariamente por la indiferencia de unos, por la envidia de otros, por el rencor de muchos!" [...]


Y la parte que más enfurecía a Platón:


"Tú lees día y noche buscando la verdad en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni escrita."


¿Cómo se atrevía aquel criado, personaje, imaginario o no, de uno de los artículos de Larra, a poner en duda el trabajo de su amo, su sabiduría y su afán de buscar la verdad? ¿Cómo se atrevía a sugerir siquiera que él (el criado) era un hombre feliz y despreocupado, incluso más feliz y despreocupado que Larra? Seguro que semejante convicción solo podía provenir de la ignorancia, pensó Platón, pues los hombres sabios son los que mejor saben conducirse a si mismos, y por tanto, los que mejor capacitados estarán para realizar las grandes labores de estado, es decir, para gobernar. ¿Cómo iba un criado a ser más feliz que Larra cuando él nunca había leído libros de filosofía, ni se había interesado de la política, si solo le importaban las cosas banales, materiales, sensibles? ¿Cómo es posible?

La sabiduría es la cumbre del alma humana, pensó Platón, y lo que el criado necesita es aprender a manejar la templanza, la virtud propia de los trabajadores, la que se corresponde al alma concupiscible, pues el criado nunca podría gobernar. Ni siquiera tendría derecho a una educación, pensó Platón, pues él no está destinado a gobernar, ni a dirigir al pueblo en consecución del bien común. Larra, por el contrario, un hombre de letras, sabio, que cada día se levanta con la intención de buscar la verdad...él sí posee sabiduría, sí ha llegado al conocimiento del Bien, ya que en eso consiste la bondad moral.

¿No es acaso el criado un tanto como aquellos hombres que estaban encerrados en la cueva, viviendo solo de reflejos? ¿Es Larra el verdadero sabio, el verdaderamente feliz? ¿Y si así es...si alcanzó Larra la felicidad...por qué terminó su vida de semejante manera? ¿Por qué se suicidaría? Si la sabiduría es la cumbre del alma humana y la que nos proporciona la felicidad, ¿por qué es el criado más feliz que Larra?

Y medio atormentado por estos pensamientos se alejó Platón de la Plaza Mayor, si pagar la cuenta y dejándose el café frío en la mesa.

2 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por tus escritos, son muy buenos.
    Felicidades.

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  2. Larra como buen Romantico era iracundo, visceral! Su alma irascible era un remolino que le atormentaba y dominaba. Esa falta de fortaleza, ¿permitiría gobernar a Larra?

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