La verdad es que mucha gente se aferra a la frase "todo sucede por una razón" o a muchas de sus variables: "todo tiene un porqué" o "las cosas siempre suceden por algo", como si fuera un bote salvavidas. Coincido contigo en que muchas veces no podemos estar seguros de la conexión que tienen unos acontecimientos con otros (aunque la ciencia va poco a poco respondiendo a nuestras preguntas y desvelando los secretos de la realidad) pero yo voy más allá.
Bien es cierto que no dudo de aquello que es científicamente demostrable, pues creo en la ciencia como la impulsora de la evolución actual y la única certeza que podemos tener. Pero las cosas en la vida cotidiana carecen de razón. El hombre no tiene un destino que esté determinado ni debe aferrarse al hecho de que los acontecimientos que se suceden en su vida están supeditados a una fuerza cósmica superior a nosotros o a una plan maestro fruto de la mente impecable del divino creador.
Muchas de las cosas que nos suceden simplemente no tienen causa ni razón, no son causalidades, sino casualidades y al mismo tiempo son casualidades que no son del todo incausadas pues es la propia persona la que tiene el control de sus actividades diarias, de sus elecciones y sus expectativas. Cada uno rige su existencia según sus principios y según las circunstancias que le ha proporcionado la vida. Que yo haya nacido española es fruto de la casualidad, que muera con una nacionalidad distinta está en mis manos.
Una vez dicho esto, que el hombre es "amo de su destino, capitán de su alma" hay que tener en cuenta que esto es aplicable a cada hombre y a cada mujer. Y que tal y como vivimos en sociedad, nuestra vida depende también de la de los demás. En la sociedad global somos miles de millones de personas, cada uno construyendo su propio camino, sin ser los únicos obreros en este, pues no podemos evitar que nuestros senderos se crucen con los de otras personas y se vean afectados por las mismas, para bien o para mal.
Es parte de la vida y hay que aceptarlo, ya que es parte de la belleza y la carga de estar vivos.
Paula Ducay.
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